Por AWQAY
Anoche, en cadena nacional, Javier Milei presentó el Presupuesto 2026 y volvió a repetir su mantra del “equilibrio fiscal no negociable”. Mostró gráficos, lanzó proyecciones de superávit y hasta habló de partidas que “aumentarán por encima de la inflación” en áreas como salud, educación, jubilaciones y universidades. Pero detrás de ese discurso sobrio y ensayado, lo que predominó fueron los silencios y las trampas de los números.
Porque lo que Milei presentó no son mejoras reales, sino números imaginarios. El gobierno proyecta inflación a la baja y sobre esa base calcula supuestos aumentos que, en la práctica, nunca llegan al bolsillo. Es fácil hablar de incrementos cuando el punto de partida es un presupuesto previamente recortado y licuado: lo que se muestra como “más” sigue siendo “menos” que hace apenas dos años. Es la política del powerpoint contra la realidad del changuito del supermercado.
Pero lo más grave no fue la ficción estadística, sino lo que Milei no dijo. En ningún momento garantizó que el salario mínimo alcance la canasta básica. No dio seguridades a los trabajadores sobre su poder adquisitivo, no habló de paritarias, ni de empleo, ni de condiciones laborales. En su relato no existen los laburantes que encaran dos o tres trabajos para llegar a fin de mes, ni la jubilada que debe elegir entre remedios o comida, ni el estudiante que abandona la facultad porque no puede pagarse ni el colectivo.
Tampoco hubo una sola mención a los escándalos recientes que golpean a su gobierno: el ingreso de fentanilo, las denuncias de coimas y retornos en el Estado. Milei eligió callar. Y ese silencio también es político: busca controlar la agenda, hablar sólo de lo que le conviene y esconder la mugre debajo de la alfombra. Pero el contraste es brutal: mientras pide sacrificios al pueblo en nombre del ajuste, en su propio entorno se multiplican las sospechas de corrupción.
El discurso mostró a un Milei más medido, sin insultos ni estallidos, intentando mostrarse “presidencial” después de derrotas electorales. Pero el rumbo sigue “escrito en piedra”: ajuste permanente, priorización del mercado y números fríos por encima de las personas.
La conclusión es clara: Milei habló de macroeconomía, pero se olvidó de la vida real de los argentinos. No alcanza con superávit si el salario no cubre la canasta. No alcanza con proyecciones si en la mesa falta comida. No alcanza con palabras si el ajuste sigue cayendo siempre sobre los mismos: trabajadores, jubilados y estudiantes.
En definitiva, Milei habló de números, pero calló sobre el pueblo trabajador. Y ahí está la verdadera medida de su gobierno.

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