Por AWQAY
Hay días en que el estómago aprieta más que el cinturón. Días en que la heladera vacía pesa más que cualquier deuda. En la Argentina de Milei, no llegar para pagar los servicios o no tener para comer algunas veces dejó de ser un caso aislado: es el nuevo orden. Y no es casualidad, es decisión política.
El gobierno habla de “ordenar la economía” mientras desordena la vida de millones. Las tarifas suben a un ritmo que nadie puede seguir, el alquiler se lleva medio sueldo, el supermercado se volvió una pesadilla y la changa que antes alcanzaba para vivir ahora apenas alcanza para no morirse de hambre.
No estamos hablando de un simple “mal momento”. Esto es vivir en estado de emergencia emocional y física. La angustia no se toma vacaciones, la desesperación no espera al fin de mes. El estrés ya no es por un problema puntual: es un estado constante, una respiración entrecortada que acompaña cada día.
El discurso oficial dice que “hay que aguantar” para que lleguen los resultados. ¿Aguantar qué? ¿Que los jubilados coman menos? ¿Que las familias apaguen la estufa en invierno? ¿Que los chicos vayan a la escuela sin desayuno? No es ajuste: es crueldad planificada.
En el fondo, esta política busca algo más que “equilibrar las cuentas”: busca quebrarnos. Que el miedo y la desesperación nos hagan bajar la cabeza. Que la urgencia por llegar al día siguiente nos quite las fuerzas para organizarnos y reclamar.
Pero la historia argentina demuestra otra cosa: cuando más nos quisieron hundir, más fuerte nos levantamos. Porque este pueblo sabe que la dignidad no se negocia y que el hambre no es un “daño colateral”: es un crimen social.
Hoy, vivir en la era Milei es aprender a resistir todos los días. Pero resistir no es sólo aguantar: es organizarse, abrazarse y pelear por un país donde pagar la luz o comer todos los días no sea un privilegio, sino un derecho básico.

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