Por AWQAY
En este barrio no hay una sola noche sin tiros. Todas. Las. Noches.
No es una metáfora. Es literal. No es una exageración, tampoco una pose. Es la realidad de un asentamiento que ya es casi un barrio, donde viven cientos de familias trabajadoras, donde la guachada corre en patas, donde hay changas, comedores, pibas criando solas, y también, claro, chorros, piperos y tranzas. Como en casi todos los barrios populares del país. Como en todas las villas donde el Estado llega tarde o no llega nunca.
Vivimos en un territorio olvidado, al que ahora, de a poco, empieza a mirar la municipalidad. Pero durante años, lo único que entraba acá era el patrullero después del quilombo, el camión de la GUM en modo show, y algún político en campaña con la sonrisa más falsa que la promesa que deja. Obras públicas no hay. Cloacas tampoco. Calles pavimentadas, pocas. Luz, a veces. Seguridad, nunca. Lo que sí hay es pueblo. Pueblo con bronca, con hambre, con ganas, con hijos. Pueblo que resiste como puede.
El problema de los tiros no se soluciona con más patrulleros. Se soluciona con presencia real del Estado. Con laburo genuino. Con políticas sociales que no se caigan a pedazos. Con clubes abiertos de noche. Con escuelas que no tengan miedo de seguir funcionando en estos barrios. Con salud mental. Con cultura. Con políticas de cuidado. Con abrazos. Con escucha. Con organización popular.
Porque los tiros no caen del cielo. Detrás de cada uno hay una historia: de pobreza, de abandono, de droga, de violencia, de desesperación. Y sí, también de delitos. Pero no hay delito más grande que el olvido.
Y mientras tanto, mientras llegan o no llegan las obras, mientras prometen o no prometen más presencia, la realidad es que cada noche, cuando cae el sol, la mayoría se encierra con miedo. Porque sabe que en algún momento de la madrugada se van a escuchar los tiros. Siempre se escuchan. Y eso duele. Porque el sonido de los disparos no es solo miedo: es también la confirmación de que, para muchos, nuestras vidas valen menos.
Pero acá seguimos. Viviendo. Luchando. Criando. Soñando. Escribiendo. Gritando. Porque si algo aprendimos en los barrios es que la dignidad no se mendiga: se defiende.

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