Por AWQAY
Ayer no hubo cena. Hoy no hay almuerzo. Y mañana, quién sabe… Lo que sí sabemos es que los que gobiernan miran para otro lado mientras la gente pasa hambre.
En los barrios populares, en las villas y en los pueblos del interior, la vida es una pelea diaria: conseguir que los chicos coman, que los mayores no se queden sin nada. Todo mientras los precios de los alimentos suben como globos que se van al cielo y los sueldos se quedan en el barro. Todo mientras los grandes bancos y las empresas se llenan los bolsillos y nos dicen “paciencia”. ¿Paciencia para qué? ¿Para que los pibes tengan el estómago vacío?
Esto no es casualidad. Esto es política: ajuste, tarifazos, planes sociales recortados y un Estado ausente. Todo para que los de arriba sigan acumulando y los de abajo sigamos rebuscando cómo sobrevivir. Las mesas vacías no aparecen solas, tienen responsables, nombres y apellidos.
Y mientras algunos hacen discursos y fotos con bolsitas de alimentos, en los barrios se improvisa: platos que faltan, cenas que se saltan, almuerzos que se transforman en un mate de agua tibia porque no hay otra cosa. Las familias se arreglan como pueden, pero la bronca crece. Y no es para menos: esto duele, esto enoja, esto es injusticia pura.
Así que basta de mirar para otro lado. Basta de decir que “la economía va mejorando” cuando la mesa sigue vacía. La crisis alimentaria es política, tiene responsables y necesita respuesta inmediata. Porque cada plato que falta, cada estómago vacío, es una bofetada al pueblo que labura, produce y sostiene este país.

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