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La deuda como sentencia de muerte en la era Milei


Por AWQAY

Ya no hablamos de números fríos, de estadísticas o de “índices de confianza”. Hablamos de vidas que se apagan. En la Argentina de Milei endeudarse no es una opción, es la única manera de comer. Y esa deuda se convierte en cadena, en verdugo, en sentencia de muerte.

No se trata de gente que despilfarró. No se trata de vagos ni de planeros. Son trabajadores, jubilados, madres solteras, pibes con changas, familias enteras que caen en el infierno de los créditos usureros para comprar leche, harina o un remedio. Cada cuota es un recordatorio cruel: el salario no alcanza, el futuro no existe, la dignidad se negocia en la caja del súper.

La agonía es silenciosa: padres que se sienten culpables, madres que se culpan por no llegar, hijos que aprenden demasiado rápido lo que es la escasez. No hay respiro. No hay tiempo para soñar. Solo hay deuda. La deuda no duerme, no perdona, no olvida.

Y en ese ahogo, muchos piensan en salir por la puerta más oscura. Porque cuando el bolsillo está vacío, la cabeza se llena de sombras. Cada mes que pasa, el suicidio económico se transforma en suicidio literal. No es exageración, es lo que ya está pasando.

La deuda mata. Mata de a poco, como un veneno. Mata la esperanza, mata la salud, mata las familias. En esta Argentina gobernada para los ricos, la pobreza no es una estadística: es un tiro en el corazón del pueblo.

Por eso escribimos estas líneas. Para que no quede en silencio. Para que no se diga que “no sabían”. Para que quede claro que cada vida perdida por hambre o desesperación no es un accidente: es una decisión política.

Que nadie se engañe: acá no se muere por flojo. Se muere por hambre, por ajuste y por un Estado que abandonó a su gente. Y los responsables tienen nombre y apellido.

La deuda es con el pueblo, no con el FMI. No nos van a quebrar: vamos a organizarnos, a luchar y a vencer. Porque la vida no se negocia, se defiende.

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