Por AWQAY
Angustia, desesperación, estrés, tristeza. Eso es lo que deja este gobierno en la vida cotidiana de los trabajadores. Hoy, ni siquiera un empleado registrado logra cubrir el costo de la canasta básica. Y si esa es la situación de quienes tienen un recibo de sueldo, ¿qué queda para los informales, changarines y cuentapropistas?
El resultado es un clima social marcado por la bronca, la impotencia y la frustración. Se trabaja más horas, se hacen malabares para estirar los pesos, pero el esfuerzo no se traduce en una vida digna. Muy por el contrario: la plata se va antes de llegar a fin de mes, las familias ajustan en comida, salud y educación, y el futuro se vuelve cada vez más incierto.
No es solo el bolsillo lo que se erosiona, también la salud mental y emocional de los trabajadores. El cansancio físico y psicológico, el desgano y el miedo al futuro son síntomas de una política que abandona a las mayorías para favorecer a los especuladores, los exportadores y las grandes empresas.
Mientras tanto, la desigualdad se profundiza: un pequeño sector concentra ganancias extraordinarias, mientras la mayoría se hunde en la precariedad. Esa brecha no es casualidad: es el resultado de un modelo que desprecia a los trabajadores y desmantela los derechos conquistados.
En los barrios, en las fábricas, en las changas, el sentimiento es claro: este gobierno no solo empobrece el bolsillo, también destruye la esperanza. Y cuando un pueblo pierde la esperanza, lo único que queda es la organización para recuperarla.

0 Comentarios