Por AWQAY
Nos dijeron toda la vida que si trabajamos duro, estudiamos, nos sacrificamos y no nos quejamos, íbamos a progresar. Ese es el cuento de la meritocracia, una fábula diseñada para que miremos nuestra pobreza como si fuera culpa nuestra y no de un sistema que nos exprime.
Pero los números de julio de 2025 rompen cualquier relato:
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Salario mínimo: $ 317.800
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Canasta Básica Alimentaria (lo que necesita una familia para no ser indigente): $ 515.405
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Canasta Básica Total (para no ser pobre): $ 1.149.353
El resultado es brutal:
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El salario mínimo cubre apenas el 61 % de lo necesario para no ser indigente.
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Cubre solo el 27 % de lo que hace falta para no ser pobre.
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Incluso dos personas adultas trabajando a salario mínimo no llegan ni cerca de la canasta de pobreza.
Esto significa que, en la Argentina de hoy, trabajar no garantiza comer. Que podés cumplir con todas las reglas, levantarte de madrugada, viajar horas en transporte, dejar el lomo en un trabajo, y aun así terminar el mes debiendo plata o eligiendo entre pagar la luz o poner un plato de comida.
La meritocracia es el relato perfecto para los que concentran la riqueza: te hacen creer que si no progresás es porque no hiciste lo suficiente. Así no miramos hacia arriba, no vemos cómo ellos acumulan millones mientras los salarios se pulverizan.
Es un mecanismo de control social: culpa para el pobre, excusas para el rico.
Hoy el salario mínimo no es “mínimo, vital y móvil” como dice la ley. Es mínimo, de hambre y de miseria. Es un salario que condena a la indigencia. Y esa no es una casualidad: es un modelo económico que necesita trabajadores pobres para empresarios ricos.
Mientras te dicen que “el que quiere, puede”, las estadísticas muestran que el que quiere, puede… pero solo si ya nació en la vereda correcta de la historia. El resto, a remar en dulce de leche, con un Estado que retrocede, sindicatos en la defensiva y precios que suben más rápido que cualquier aumento.
Por eso, no se trata solo de pedir “más oportunidades” o “trabajar más”. Se trata de pelear por un país donde trabajar signifique vivir dignamente. Donde el fruto del esfuerzo no se pierda en impuestos regresivos, tarifas impagables y alquileres de usura.
Porque si en 2025 trabajar y ser pobre es lo normal, no es que la gente “no se esfuerza”: es que nos están robando el futuro. Y el primer paso para recuperarlo es dejar de tragarnos el verso de la meritocracia.

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