Vivimos en tiempos donde la hijaputez no solo se tolera: se celebra.
El “vivo”, el que pisa al otro, el que no tiene códigos, es el héroe cultural.
El sistema nos enseñó que ser solidario es de “perdedor” y que la vida es una carrera donde solo gana el más despiadado.
La meritocracia es la madre de esta era.
Nos convencieron de que “todo es cuestión de esfuerzo” para ocultar que no todos arrancamos del mismo punto.Si no triunfás, es tu culpa. Si el otro está mal, es porque no hizo lo suficiente.
Así, el egoísmo se convierte en virtud, y el hijo de puta en ejemplo.
Las redes sociales son el nuevo coliseo.
No importa quién tiene razón, importa quién pega más fuerte, quién humilla con más likes, quién insulta mejor.Los pibes se insultan llamándose “pobres”, como si la pobreza fuera una vergüenza y no una injusticia.
El pobre se odia a sí mismo porque el sistema lo convenció de que no vale nada si no consume.
El odio se volvió moda. Se odia por deporte, por consigna, por rating.
La violencia es el nuevo prestigio.
El que “hace cagar a más” es el más respetado.
La palabra perdió su poder porque ya nadie escucha, solo se grita.
Y mientras tanto, los medios y el algoritmo del odio nos ponen a pelear como gallos en la arena, mientras ellos cobran la entrada.
El narco es el nuevo ídolo.
Para el pibe que no ve futuro, el narco parece ser el único “ganador”.No importa si mata, si destruye, si deja muerte y dolor.
El sistema nos hizo creer que tener miedo es igual a respeto, y que el éxito se mide en autos, armas y zapatillas de marca.
Pero el narco es un espejismo: no construye nada, solo deja ruinas.
El odio es la herramienta perfecta para dividirnos.
Se odia al peronismo, al pobre, al zurdo, al feminista, al inmigrante.
Se odia sin entender.
Y mientras el pueblo se pelea entre sí, los verdaderos dueños del poder siguen robándonos el futuro.
Pero hay otra forma de vivir.
La solidaridad, el diálogo, el abrazo, la palabra, no están muertos: están dormidos.Necesitamos despertar de esta pesadilla donde ser un hijo de puta es ser exitoso.
No queremos héroes de cartón con autos prestados y almas vacías.
Queremos volver a creer en la fuerza de lo colectivo, en la dignidad de ser pueblo, en la belleza de compartir aunque sea poco.
La era de la hijaputez puede terminar.
Terminará cuando nos miremos a los ojos y dejemos de ver enemigos.Terminará cuando entendamos que no somos rivales, somos hermanos.
Terminará cuando gritemos, juntos:
“No queremos un mundo donde el odio sea el motor. Queremos un mundo donde amar no sea un acto de rebeldía, sino de humanidad.”
 

 
 
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